
15 Nov Dime cómo vistes y te diré cómo te sientes.
Aestas alturas de la vida, no vamos a descubrir nada nuevo si decimos que la primera impresión que causamos dice mucho de nosotros en cualquier contexto; ya sea en un evento formal como puede ser una boda, como en una situación informal de nuestra vida diaria. Vivimos en una sociedad en la que hay una crisis de valores que afecta a todos los niveles, no solo económicos, sino también de actitud, humildad y que están directamente relacionados con la forma en que nos desenvolvemos en ella. Esto, por supuesto, tiene su reflejo directo en la forma en que vestimos.
La primera impresión que causamos dice mucho de nosotros en cualquier contexto; ya sea en un evento formal como puede ser una boda, como en una situación informal de nuestra vida diaria.
Saber vestir es algo más que saber combinar prendas bonitas. Saber vestir es saber escoger de forma adecuada lo que llevamos puesto en cada momento. Es elegir la prenda más idónea en relación al contexto, tener presente la comodidad de las prendas por encima de la incomodidad, sentirse natural y seguro con ellas. En definitiva, sentirse tal cual es uno mismo. Debemos entender que no es igual ir a una boda que al gimnasio, que no es lo mismo ir a un evento en un espacio cerrado de noche que a un evento en un espacio abierto de día. ¿Acaso alguien dudaría en ponerse la misma ropa el día de la boda de su mejor amiga que en las fiestas de su pueblo? En realidad, puedes hacerlo, por supuesto, pero créeme, no deberías. Saber vestir también es un fiel reflejo de la personalidad y esto, inevitablemente, va ligado a nuestra vida, nuestros cambios de estado, de situación… a nuestra madurez personal. Y de ese proceso evolutivo, también forma parte nuestra capacidad para encontrar y adaptar nuestro estilo a las tendencias. En realidad, podríamos decir que madurar es un estado psicológico y la edad es solo el reflejo del sentir propio. No hay vestimenta para la edad, sino personas que saben adaptarse a ella. Es tan fácil encontrar señoras de apariencia juvenil como señoritas de apariencia madura. Y no solo es una cuestión de vestimenta, sino de actitud y estilo.
Saber vestir es algo más que saber combinar prendas bonitas. Saber vestir es saber escoger de forma adecuada lo que llevamos puesto en cada momento.
En este sentido, los actos cargados de protocolos como las bodas son los momentos en que se ponen de manifiesto en mayor medida todas estas circunstancias. Contextos plagados de esos protocolos en los que ir seguro de sí mismo es el principal objetivo. De hecho, podemos decir que el protocolo no es ni más ni menos que actuar con lógica. Si nos ponemos una preciosa pamela para la ocasión, debemos tener mucho cuidado de no quitárnosla para dejar al descubierto la maraña de pelos en que se ha convertido nuestro cabello, si al cabo de un rato sentimos la necesidad de cambiar nuestros preciosos zapatos por unas zapatillas de deporte debido a que los tacones nos molestan es porque quizá no hemos elegido bien la altura adecuada. Todo esto influye, no solo en la forma en que todo este momento que hemos preparado durante tanto tiempo se desmorone, sino en la imagen que estamos proyectando de nosotros mismos. Los protocolos están para seguirlos, por supuesto, pero también para saltárselos con el permiso y el respeto necesario. Por supuesto que debemos seguir unas normas, pero es precisamente en la ruptura de las mismas donde reside la magia de la elegancia; en la forma y el arte de combinar con éxito.
Los protocolos están para seguirlos, por supuesto, pero también para saltárselos con el permiso y el respeto necesario.
En definitiva, debemos saber qué, cómo y cuando ponernos la ropa que mejor se adapte al contexto en que nos encontramos pero, por encima de todo, la que mejor se adapta a nosotros mismos.